Los castillos y fortalezas que se ubican a lo largo y ancho de la Comunitat Valenciana «son recursos paisajísticos de primer orden por su simbolismo, valores históricos y alcance visual», explican los profesores Jorge Hermosilla y Emilio Iranzo, del Departamento de Geografía de la Universitat de València, en el capítulo de Paisajes históricos dedicado a los «Castillos de frontera» situados en el Valle de Ayora-Cofrentes y el Vinalopó y asociados a dos grandes corredores naturales, espacios amplios de paso y tránsito de la población, pero también territorios fronterizos.

Los autores destacan las fortalezas del Valle de Ayora controlando la vía fluvial del río Júcar. Dominan el paisaje el castillo de Cofrentes, el de Chirel, el de Jalance y el de Ayora. Mínimos son los restos de otras fortificaciones que existieron en Jarafuel y Teresa de Cofrentes.

En el caso del Valle de Vinalopó, para custodiar el corredor que ponía en contacto las tierras de Almansa con el sur de las tierras valencianas, se alzaron los castillos de la Atalaya de Villena, el de Biar, el de Castalla, el de Sax, el de Elda, el de Petrer, el de la Mola de Novelda, el de Monovar, el Alcázar de la Señoría de Elx, el de Cox y el de Santa Pola.

«Se trata de castillos o fortalezas edificadas aproximadamente entre los siglos X y el XVI y que, con diferente suerte, han acompañado al paisaje de estas tierras. Efectivamente, no están todos los que fueron, ni fueron todos los que están. Algunos castillos apenas perduraron un par de centurias (castillo del Río, en Aspe; algunas torres vigía en el Alto Vinalopó), mientras que otros han perdurado funcionalmente hasta el siglo XIX (castillos de Elda y de Villena)», describen los autores Hermosilla e Iranzo, que apostillan que no todas las fortalezas que hoy observamos a comienzos de siglo XXI mantienen el mismo estado de conservación, pues en unos casos sólo quedan ruinas (Jarafuel, Salvatierra, Almizra?), pero en otros se pueden apreciar «excelentes muestras de arquitectura militar, parcial o totalmente restauradas», y que albergan nuevos usos de carácter social, cultural y turístico, como es el caso de Petrer, de Cofrentes, de la Atalaya en Villena, de Sax o de Monovar.

Los castillos se fortificaron en lugares estratégicos -fronterizos- para ejercer el «dominio del territorio y de sus habitantes» con el objetivo de ofrecer protección, pero también como morada del poder o autoridad del estado en su área de influencia.

El antiguo Reino de Valencia se convirtió en una tierra de frontera tras la ocupación musulmana de la península ibérica en el siglo VIII y la posterior reconquista cristiana. Existía un límite fronterizo con el Reino Nazarita de Granada, pero también con el cristiano Reino de Castilla. En ambos casos fueron lugares de conflictos bélicos, lo que «implicó la fortificación de estos espacios; bien a través de la adecuación de los castillos y fortalezas preexistentes o bien mediante la construcción de nuevos baluartes y torres de vigilancia», exponen el catedrático y vicerrector Hermosilla y el profesor Iranzo.

Los profesores concluyen que «fue con la división administrativa de época musulmana cuando se constituyó el entramado de castillos del territorio valenciano». Así explican que «las ciudades (medinas) se erigían en centros de poder administrativo y militar. Su área de influencia se extendía por un entorno rural a través del que se organizaba la red castral, destinada a la defensa de aquélla. Efectivamente, en torno a las ciudades proliferaron asentamientos humanos, denominados alquerías que, a modo de aldeas fortificadas,además de efectuar funciones agropecuarias, actuaban como cinturón defensivo de las ciudades. En el interior, los castillos ocupan los puntos elevados con una buena visión de las vías de comunicación; actúan de centros neurálgicos y de enclaves de frontera, en un territorio menos poblado».

Con el avance y ocupación cristiana del territorio a partir del siglo XIII se creó un nuevo modelo de organización espacial y social. «El escaso contingente de pobladores aragoneses y catalanes provocó el abandono y desmantelamiento de parte de los castillos y fortalezas, ya en parte deteriorados por el escaso mantenimiento de un estado musulmán en declive. Por tanto tuvo lugar una simplificación del sistema castral de las tierras valencianas», añaden Hermosilla e Iranzo. Esto tuvo unas consecuencias «negativas» en las guerras con Castilla. Así durante la contienda bélica entre los «dos Pedros» en el siglo XIV (Pedro I de Castilla y Pedro IV de Aragón) el deterioro y ruina de los castillos valencianos impidió la defensa territorial y el refugio de los vasallos de Pedro IV, poniendo de manifiesto que la relación existente entre asentamientos de población y castillos se había truncado, durante época feudal», mantienen los autores.

La reconquista cristiana por parte del rey Jaume I modificó las fronteras del reino durante al menos dos siglos según se ganaban batallas contra los musulmanes o se llegaban a acuerdos entre los reinos cristianos. Por ejemplo, la ocupación del Reino de Murcia por Jaime II de Aragón supuso la ampliación de las fronteras del Reino de Valencia. Éste incorporó el valle del río Vinalopó y las tierras alicantinas al norte del río Segura. Estos cambios repercutieron en el sistema castral preexistente en el control de las fronteras.

Características y arquitectura

Los castillos valencianos, dentro de su misión de control territorial y protección de la población, «cuentan en su mayoría con un origen musulmán y su tipología arquitectónica dependía de su localización geográfica», detallan Hermosilla e Iranzo. Así, en las zonas abiertas y llanas las «ciudades quedaban rodeadas por una muralla y foso, defendidos a su vez por una serie de torres. Pero además, las ciudades disponían de un cinturón defensivo en los alrededores compuesto por alquerías fortificadas».

Por su parte, los castillos de las zonas de montaña «se situaban en puntos altos y contaban con al menos tres partes: la de la residencia del contingente militar, la de cobijo de los habitantes del entorno en momento de peligro y la de residencia del responsable del castillo. En las faldas de la montaña se situaban los asentamientos de población abrazados por una muralla. Las fortificaciones localizadas en las zonas más abruptas y alejadas, contaban con menores infraestructuras. Se situaban en la cima de una elevación y no se extendía por las faldas de la montaña», añaden los profesores de Geografía.

Los ubicados en la frontera tras el tratado de Almizra que marcó los lindes entre el Reino de Valencia y Murcia (firmado en 1244 por Jaime I de Aragón y el infante Alfonso de Castilla) presentaban una estructura «algo más compleja», según detalla P. Guichard en su obra «Los castillos musulmanes del norte de la provincia de Alicante» (1982). Estos se caracterizaban por «contar con una torre del homenaje sólida y dominante, más propia de los castillos cristianos que de los musulmanes», esbozan los autores para añadir que esa característica «se explica por las reformas que las fortalezas experimentaron tras la Reconquista y al tipo de funciones que adoptaron. Estos castillos solían presentar más o menos elementos defensivos atendiendo a la disposición natural del enclave. La fortaleza se ubicaba sobre una estructura rocosa en la que los cantiles actuaban de defensa natural, mientras que por el resto de las partes se disponía una muralla en ocasiones de doble muro».

Espacios históricos

El control del territorio hecho paisaje defensivo

«Por nuestra amplia geografía se encuentran todavía muestras ruinosas generalmente, de la arquitectura militar de otros tiempos. Quienes quieran contemplar estos recuerdos del pasado, refrescar la memoria de antiguas historias, divisar panoramas que vislumbraron viejos señores feudales, tienen amplio campo recorriendo nuestras comarcas y visitando ruinosos castillos». Palabras de Emili Beüt en «Castillos valencianos (1984)».