De las veces que me había acercado hasta Cuenca nunca había tenido demasiado interés en visitar éste espacio natural. Pero ha tenido que ser en una visita con unos amigos, rodeados de chiquillos juguetones y divertidos, donde me he sentido absolutamente maravillado, serenos y agradecido, de poder comprobar, en un largo paseo de casi dos horas, las erosiones que deja en tiempo en la piedra.
El espacio está cuidado, limpio, con deliciosos bancos de hierro donde reposar y embelesarse con un silencio repleto de aromas, desde donde atreverse a ver formas más concretas dentro de las formas abstractas que nos muestran las piedras. Naturaleza en estado puro para hacerse más amante de la naturaleza.
Y de allí detenerse en “la ventana del diablo” para contemplar un verde río Júcar hermoso, que me hacía pensar en otros río entre montañas, en la singular Eslovenia.
Pero las excursiones siempre acaban teniendo un componente gastronómico y nos hemos llegado hasta el Mesón Neli, para comer unas albóndigas de jabalí y unas manitas de cerco con queso de cabra. Beber vinos de la tierra, que la manchuela está produciendo vinos espectaculares con esa uva poderosa y mineral que es la Bobal.
Rayuelo y Altos de Landón, dos vinazos de la misma bodega, que a lo largo de los últimos meses he bebido con placer y agrado en diversas geografías.
Desde las hermosas instalaciones renovadas de éste clásico vemos como los chopos descargan al aire blancos algodones que cubren el coche de una nieve vegetal que a veces confundo con hadas, con descanso, con el tiempo en que hacer excursiones era más habitual.
La serranía conquense es una joya que no podemos ignorar, además de belleza una gastronomía importante. ¿Qué más puede pedir el caminante que se extasía ante las piedras transformadas por el tiempo?.