Se llama Dámasa, pero en el pueblo todo el mundo la conoce como Damasia. En los pueblos en aquella época era habitual poner nombres raros a los hijos. Y Dámasa, en femenino, lo era. De hecho, ni siquiera hoy en el corrector de word figura el femenino de Dámaso.

Nacida en La Font de La Figuera hace 79 años (en febrero cumplirá 80), de joven trabajaba en el bar de su padre, ayudando a la familia. Cuando se casó, se vino a vivir a Fontanars, donde reside desde entonces.

Damasia es una mujer ejemplar en todos los sentidos. Entrañable. Sencilla. Yo siempre me he sentido en su casa como uno más de la familia. No me ha resultado nada difícil porque lo han puesto muy fácil para que así fuera.

Ha superado con una gran fortaleza interior la muerte de su hijo Juanjo, que con tan solo 19 años de edad falleció en un fatídico accidente de circulación, donde perdieron la vida otros cuatro jóvenes de Fontanars dels Alforins y después la de su marido, también en otro trágico accidente, cuando el camión que conducía cargado de trigo fue embestido por un trailer que lo arrolló brutalmente.

Un duro golpe que, sin duda, le marcaría a lo largo de su vida, pero que gracias a su fe en Dios ha ido superando poco a poco. La vida no ha sido nada fácil para ella. Sin embargo, cada día que pasa nos da una lección a cada uno de nosotros. Una lección de humildad, de superación y de cariño.

Damasia es la clase de persona que lo da todo, sin esperar ni pedir nada a cambio. Nunca la he visto enfadada ni con mala cara. Ni siquiera un mal gesto. Siempre amable y esbozando una sonrisa.

Le gusta leer, pero su gran pasión es la cocina. Borda como nadie la tarta de almendra y la de chocolate. Hoy cuando he ido a su casa y me ha agasajado con una tarta de chocolate, me ha enseñado los boniatos que había comprado para poder hacer estas navidades las empanadillas. Junto a los boniatos había también una bolsa de almendras peladas, aunque ella prefiere comprarlas con cáscara y pelarlas en casa.

"La próxima vez le pondré más chocolate", me ha dicho mientras me entregaba el delicioso manjar en una bandeja dorada envuelta en papel blanco, que parecía salido de una pastelería de postín.

Yo en tono irónico le he dicho que por qué no vendía la repostería que hace. Ella, sin embargo, prefiere regalársela a los amigos. Y no intentes hacerle un regalo porque no te lo va a aceptar o si te lo coge es a regañadientes. Lo hace porque le gusta y disfruta con ello. Le ofende que le regales algo porque ella no lo hace con esa intención. Y en ese sentido es muy cabezota. No trates de llevarle la contraria porque tienes todas las de perder. O lo que es peor, te quedarás sin tarta de chocolate la próxima vez. Tú verás qué haces!

Le pone tanto cariño a las cosas, que es imposible que le salgan mal.

Hasta hace bien poco todavía iba a vendimiar o a recoger la aceituna, vareando los olivos, como una más de la cuadrilla, junto a sus hijas: Inma, Cristina y María José.

En el viejo Molino de moler harina de cereal, que todavía funciona, donde se apilan cientos de sacos de pienso para animales y palets de abono y semillas, junto a otros productos para el campo, también echa una mano a su hija Inma, que es la encargada de llevar el negocio familiar.

Desde que murió su marido, viste de negro riguroso y no se ha quitado el luto. Solo luce unos pendientes de perlas que ensalzan un rostro que pese a los sufrimientos que le ha deparado la vida irradian bondad y dulzura.

En España somos muy dados a hacer homenajes cuando alguien fallece. Es entonces cuando nos acordamos de sus méritos, de su trayectoria. Yo humildemente he querido hacérselo en vida porque se lo merece.

Sirvan estas palabras como reconocimiento a una persona a la que aprecio y admiro profundamente: Damasia Gómez o si lo prefieren ustedes Dámasa Gómez.