Recibí la noticia de la muerte de Pepe Sala como un mazazo. Uno de esos duros golpes que te da la vida y del que tardas en reponerte. El martes me llamó Ángel, su yerno, para decirme que la operación a la que se había sometido se había complicado y que estaba grave. Por la tarde su hija Ana me llamaba para confirmarme lo peor: su fallecimiento.

Estuve con Sala el sábado día 11 en el campo de tiro de Vallada y nos despedimos como si tal cosa. Tiramos un par de series y charlamos como de costumbre. El jueves le operaban y le vi muy animado. Estoy muy bien, Patri, me decía.

Hace un año, aproximadamente, Pepe se sometió a una operación de colón de la que estaba totalmente recuperado. En una revisión rutinaria le detectaron unos tumores en el hígado y el médico le dijo que era mejor operar y extirparlos. Fue un luchador incansable hasta el final.

Sala ha sido para mí más que un amigo. He compartido con él innumerables jornadas de caza. Anécdotas que darían para escribir un libro. Daba gusto tenerlo como compañero. Conocía casi todos los cotos de España. Cuando alguien me preguntaba por un coto, le contestaba: espera que le pregunte a Sala. Daba igual si estaba en La Mancha o en Andalucía.

Normalmente, cuando fallece alguien al que quieres, solemos resaltar de él solo sus cualidades y bondades, dejando a un lado lo negativo de la persona en cuestión. No es el caso. Comprometido con sus ideas y fiel a sus principios, Pepe, además, de un excelente compañero ha sido una magnífica persona, con la que daba gusto charlar de todo.

De cada viaje que hacíamos juntos solía escribir una reseña que siempre le mandaba. Sabía mucho de caza y de la vida, de la que era un enamorado. Rara era la vez que le ganaba tirando a las perdices, siempre me las doblaba. Tenía ahora una perrita joven, Lluna, con la que estaba muy contento porque como buen cazador que era, le gustaba salir al campo con el perro.

Antes de ir a la huerta a recoger naranjas, muchas mañanas, me llamaba desde el bar donde solía almorzar un bocadillo de jamón ibérico y un vasito de vino, con el periódico Levante en la mano, del que era un firme lector para comentarme alguna noticia. Otras para felicitarme por algún artículo mío que había leído y le había gustado.

A Sala lo conocí hace un par de años porque los dos íbamos a tirar al plato a Vallada. A raíz de ahí surgió una amistad que se ha mantenido durante muchos años.

Te voy a echar de menos, Pepe. O saleta como yo cariñosamente le llamaba. Todos los que hemos tenido la suerte de conocerte y de quererte, te vamos a echar mucho de menos. DEP