Ayer por la tarde me fui a quitar salicornios de los campos de almendros que tengo plantados en la finca. Lo suelo hacer a menudo para que no se hagan muy grandes porque son una auténtica plaga. Hay, sin embargo, a quien no le importa. El problema es que la semilla se esparce e inunda los campos adyacentes.

Se me hizo tarde. En septiembre los días acortan. Cuando me di cuenta ya era de noche.

Regresaba por un camino en dirección al coche cuando me encontré con una piedra enorme que estaba en el bancal. No se me ocurrió mejor idea que apartarla para no dañar el apero cuando vuelva a pasar con el tractor labrando.

La moví del sitio con más maña que fuerza, con tal mala suerte que perdí el equilibrio y caí de espaldas. Afortunadamente, mantuve la cabeza erguida y eso me salvó de que la cosa fuera a mayores.

Cuando puse mi mano sobre la nuca, justo debajo había una piedra puntiaguda que por fortuna no me golpeó.

Lo que son las cosas. Sales de casa pensando que no te va a pasar nada, a realizar un trabajo que no entraña ningún peligro y a lo mejor es el último día de tu vida.