«Oye, que ya he terminado. Que he quedado el último». Así le explicaba Eduardo Catalá, muy sucintamente, a su esposa su cuarta participación en el Maratón Valencia Trinidad Alfonso. Entre los casi quince mil que acabaron, pocos recibieron tantos honores como él: tuvo cinta especial en la línea de meta, pasillo de los voluntarios y, durante todo el recorrido, hasta tres acompañantes.

No estaba predestinado este joven de 33 años a ser el farolillo rojo de la carrera, con 6 horas, 19 minutos y 9 segundos, fuera ya del cronometraje oficial. «Mis tiempos son de entre 4,50 y cinco horas en condiciones normales. Pero es que me he empezado a encontrar mal en el kilometro diez. Prontísimo. Lo que pasa es que soy muy cabezón y he seguido adelante. He empezado a perder posiciones rápidamente y en el kilómetro 27 ya era el último. He ido con un pequeño grupo, pero incluso estos se me han ido».

Pero no estuvo para nada sólo. Como siempre, se le pegó el particular samaritano, el atleta veterano Pepe Mocholí, que va en la furgoneta escoba y que tiene piernas para correr con cualquiera „este año está en el top 15 del ranking de veteranos en los 1.500 lisos„. Pero además, en esta ocasión también le acompañó un ciudadano anónimo: Ángel. «Se ha venido conmigo desde el kilometro 30. También un chico en bicicleta ha ido conmigo una buena parte del recorrido».

Demasiado terco para retirarse

Si estás mal en el kilómetro 10, lo más normal y sensato es retirarse e intentarlo de nuevo en otra ocasión. «Pepe Mocholí me lo ha dicho, pero soy muy terco y he querido seguir». El atleta del Catarroja relataba lo mal que lo han pasado en el tramo final. «Ha habido un momento en el que ya nos decíamos que íbamos fuera de control (seis horas y seis minutos), por lo que le he dicho que fuéramos por la acera y acabáramos. Pero en el último kilómetro le ha dado una rampa brutal. Estaba preocupado: que después del esfuerzo que ha hecho no pudiera acabar cuando estaba a unos cientos de metros habría sido terrible». Pero no fue así: entró en meta. Con un tiempo tan alejado de sus mejores marcas era normal que entrara bastante fresco de pecho, que no de piernas. Entró y lo primero que hizo fue llamar. «Le he dicho que contara con que entraría sobre las dos de la tarde y me daba miedo que se asustara al ver que no aparecía». No andaba muy lejos y pudieron reencontrarse.

Aunque acabara muy lejos de los kenianos, sí que ha conseguido suficiente forma física para lo que viene. «En Navidad nace nuestra hija, Sara».