A las seis de la mañana centenares de autobuses trasladan a más de cincuenta mil corredores desde Manhattan a Staten Island a pesar de que todavía faltan cuatro horas para que arranque la maratón. El acceso a la isla es a través del puente de Verranzano, que a partir de las siete cierra para que esté preparado para la carrera. Miles de corredores dormidos acceden a la instalaciones de Fort Wadsworth tras pasar estrictos controles de seguridad con detectores de metales para evitar atentados. Los maratonistas se distribuyen en tres áreas según el color de su dorsal: azul, naranja y verde. Los tres grupos salen de manera simultánea por vías diferentes y se juntan en la milla ocho. Fort Wadsworth está acondicionado para las cuatro horas de espera con 1.700 baños, grandes tiendas para refugiarse del frío y hasta una capilla multirreligiosa.

A las 8.30, una hora y veinte antes de la primera salida, los corredores comienzan a entrar en los cajones. La carrera tiene cuatro salidas a las 9.50, 10.15, 10.40 y 11.00 según los tiempos previstos de llegada por cada corredor en función de su marca para evitar aglomeraciones.

A mí me toca a las 9.50. Antes de la salida se guarda un minuto de silencio por un policía que murió tiroteado dos días antes. El himno americano rompe el minuto de silencio y le sigue una grabación de New York, New York de Frank Sinatra que marca el inicio de la carrera. Los corredores cruzamos el puente de Verranzano en dirección a Brooklyn. Son tres kilómetros a través del puente colgante más largo de Estados Unidos. Nada más cruzar el puente te topas con el sonido ensordecedor de los miles de espectadores que acuden a animar. La maratón discurre en esos momentos por Brooklyn, el barrio más poblado de Nueva York.

En la calle Cuatro cruzamos Sunset Park, que tiene una amplia comunidad hispana de mexicanos, ecuatorianos y colombianos. Aquí empiezan a aparecer los primeros puntos de hidratación, que jalonan el recorrido cada dos kilómetros y medio. A diferencias de las carreras en España, el agua la dan en vasos desechables a los dos lados de la acera. En la milla ocho se juntan los tres grupos de corredores, que corren con comodidad durante todo el recorrido ya que las avenidas son muy anchas.

El sonido de las 135 bandas de música ubicadas durante todo el recorrido y el bullicio del público se interrumpe de repente al llegar a Williamsburg, el centro mundial de los judíos jasídicos. Allí viven en una comunidad cerrada 300.000 judios ultraortodoxos y se nota el conflicto entre la tradición y la innovación. Los hombres van vestidos de negro, con barbas largas y mechones de pelo con tirabuzones colgando a ambos lados de la cara, y las mujeres con peluca (se rapan la cabeza) y las faldas por debajo de la rodilla. No está bien visto entre la comunidad ultraortodoxa que los hombres y las mujeres corran juntos y por eso la indiferencia hacia la carrera es absoluta.

Un poco más adelante, se llega a la zona hipster de Bedford Avenue con un montón de galerías de arte y tiendas vintage. Tras pasar Williamsburg Brigde, se entra en Green Point, que acoge a la comunidad polaca más grande del mundo.

El puente Pulaski marca la media maratón y da acceso al barrio de Queens. Desde ahí se ve perfectamente a la izquierda el Empire State y el skyline de Nueva York. Cuatro kilómetros más adelante está el Queensboro Bridge, el puente que une Queens con Manhattan y uno de los puntos clave de la carrera. Durante tres kilómetros vuelven a desaparecer los espectadores y solo se escucha el bullicio de los corredores.

A la salida de puente, los maratonistas enfilamos la primera avenida, una línea recta de varios kilómetros cuesta arriba. Ahora la carrera va subiendo Manhattan en dirección opuesta a la meta. En la calle 125, los corredores cruzamos el Willis Avenue Bridge y dejamos atrás el kilómetro treinta y su temido muro. La carrera entra en ese momento en el Bronx, la única zona de Nueva York que está en la parte continental ya que el resto es un archipiélago.

Los kilómetros van cayendo mientras atravesamos Harlem y entramos por la Quinta Avenida en Central Park. Otra zona de cuestas y bajadas que desemboca en la meta tras 42.195 metros. Es el final de un gran reto cumplido. Una vuelta al mundo en 3 horas y 52 minutos.