Se habla mucho de los valores del deporte, si bien el deporte en sí no es ningún valor. En nombre del deporte se atenta contra la salud, la violencia física y verbal en los estadios y terrenos de juego es enorme, las peleas entre hooligans nos producen estupor, el dopaje está extendido, la compra de partidos, el patrioterismo... Por todo ello es bueno conocer trayectorias como la de Martina, una apasionada por la vida, por Valencia, por salir adelante y que ha tenido que hacer buscarse la vida fuera de casa. Vive en Escocia, en Aberdeen, una ciudad preciosa en verano, pero no tanto en invierno. Una ciudad asociada con los campos de golf, tan excelentes en este país donde nació este deporte allá por el siglo XIV.

Martina es un perfecto ejemplo de cómo el deporte puede ayudarnos a recuperar nuestra autoestima, cómo el deporte, en este caso la carrera a pie, puede hacernos sentirnos felices, y cómo una mujer valenciana sueña de nuevo con venir a correr a Valencia, mientras a más de 2.500 kilómetros perfecciona su inglés, se gana la vida y entrena. «El año que viene», dice, «correré los 42.195 de Valencia».

«Yo empecé en el mundo del atletismo cuando tenía 12 años. Mis padres me apuntaron a la carrera del pueblo en fiestas y, como quedé segunda, haciendo muy buen tiempo comparando con las demás niñas, decidimos que sería buena idea apuntarme al club de atletismo del pueblo (Club de Atletismo Utiel). Mi experiencia allí fue muy bonita, pero en plena edad del pavo no supe valorar lo que el deporte me estaba dando, así que lo dejé para empezar con el ´fumeteo´».

«No ha sido hasta 14 años después», relata Martina, «cuando decidí prepararme las oposiciones a Policía Nacional, mi regreso a las pistas. En agosto 2015 me apunté al club de atletismo de Aberdeen. No solo me he preparado para las pruebas en el club sino que he descubierto que me gusta correr y competir. Desde que corrí mi primera carrera en mayo, no he parado. Mi trabajo con turnos de fines de semana no me permite ir a tantas como quisiera, pero intento hacer una al mes; la que sea; cualquier distancia me va bien».

«Mi pasión por las motos», cuenta, «comenzó cuando era una adolescente. El padre de una amiga nos llevó una noche a Cheste, durante la concentración motera, y decidí que yo también quería ser motera. Este verano he cumplido mi sueño de comprar una moto de carretera; una R6. Es mi tercera moto».

«Actualmente», añade, «resido en Aberdeen, ya que mi país no me ha ofrecido ninguna posibilidad laboral, exceptuando ofertas sin contrato laboral, así que resido fuera con la intención de mejorar el inglés».

Esta es la vida de esta muchacha. No es la única atleta valenciana que está fuera de España. Aniuska, por ejemplo, es otra. Son muchas las jóvenes que, al igual que ocurriera en los años de la posguerra civil, han tenido que emprender el camino de la emigración, en esta España en la que cada día se ahondan más las diferencias entre ricos y pobres.