A mi madre la están tratando en el hospital La Fe de Valencia. Un hospital del que se han dicho muchas cosas, en las que yo tampoco voy a entrar. No quiero hablar de política, yo sólo hablo de seres humanos, o en el peor de los casos de «seres» a secas. Perdonen que sea tan cruel, pero cuando quieres a alguien como se quiere a una madre, y ésta enferma gravemente, tu alma se resquebraja. Cuando vas al hospital intentas entender, que para quien tienes enfrente, ella es sólo un caso, un número de historia clínica. Pero qué quieren que les diga, es mi madre. No puedo admitir que los profesionales recorten en ternura, en comprensión, que sean incapaces de mirarla a los ojos cuando le hablan… ¿Acaso estos profesionales no son conscientes de que un paciente no espera sólo una respuesta farmacológica? ¿Nunca han observado que una sonrisa puede subirle la moral a un enfermo?

Estos profesionales recortan y lo hacen con la tijera más afilada que hay. La tijera de la falta de empatía y para eso no hay excusa. Les pido, es más les exijo más humanidad, más dulzura al hablar, al mirar al enfermo. No sería justa si dijera que todos los profesionales que nos hemos encontrado son así. Hemos tenido el placer de conocer a algunos de los otros, los profesionales con mayúsculas. Creo que es justo dar algunos de los nombres de esos seres humanos que en estos días tan duros nos han mirado a los ojos: el equipo de Enfermería del hospital de día de Oncología, Dani, enfermeras de Medicina Interna, la investigadora Alegría Montoro, los doctores Óscar Alonso, Javier Viñedo, el desaparecido y queridísimo Miguel Almonacid… Ellos nunca han recortado en humanidad, en sentimiento.