Cada país es como es, y el carácter marca su destino. Alemania tiene una cuenta pendiente con Europa, y consigo: la humillación sufrida tras la Segunda Guerra Mundial y el deseo profundo de satisfacer su eterna voluntad de gran potencia. Desde el final de aquella guerra nunca ha tenido tanto poder. Si pone a fondo su potencial económico al servicio de Europa, perdería parte de ese poder. Si accede a que las instituciones europeas asuman un mando efectivo €un gobierno que dirija la política; un banco central que lo sea de veras€, Alemania seguiría siendo un gran país de Europa, pero perdería su actual posición de primera autoridad de hecho. En ambos casos sería un paso atrás en aquella soterrada voluntad de gran potencia. De estas cosas no se habla: se teme tanto a los viejos fantasmas, que ni se mentan, por si acaso. Pero mientras no se haga se vivirá en la irrealidad, porque un fantasma nunca se va.