Quiero agradecer enormemente la ingrata e impagable labor de nuestros policías, que tienen que bregar con la grosería diaria de quienes deberían ya estar educados para la convivencia. Ahora no hablo de políticos, ni banqueros, ni empresarios. Hablo de la vida cotidiana, del perro que caga y el dueño no lo recoge. Del que se mea en un patio y al ser recriminado escupe fuego. Del ciclista salvaje e infractor que si sabe de derechos y no de obligaciones. Del que tira la porquería al suelo y luego critica al basurero. De quien deja ladrar a su perro de madrugada y luego se queja de la terraza de un bar. De quien conduce con el móvil, bebido o los niños sin sujetar detrás y luego pide explicaciones al policía por aparcar el coche patrulla en una calle peatonal.

Somos la cola del mundo en cualquier tipo de educación, somos el estercolero del resto de europeos que vienen a mearnos playas, parques y calles. El parque temático del sexo y la borrachera. Quienes se rascan el trasero con las normas más elementales de convivencia y luego vuelven de Londres y alucinan con lo educados, limpios y ordenados que son. Vaya tela, sí que necesita una pasada de mocho con lejía este país, de arriba abajo. ¡Ah! pero tenemos unos equipazos de fútbol de narices.