Mi buen amigo Óscar me preguntaba sobre las pequeñas reflexiones que publico en Levante-EMV. Siempre hablo de mí, de recuerdos, de vivencias, de anhelos y desencuentros. Pequeñas historias que actúan como el espejo concavo en el que Valle Inclán reflejaba la estridencia de una España acartonada por el luto y la pena. Cosas mías que podrían ser de cualquiera. Esa hija que apenas se comunica, ese amor de verano que transcurre entre el amanecer y la puesta. Esos ojos infinitos, de los que ya me hablaba Neruda, que tardando dos segundos en clavarse, como rejones, en mi retina y acabaron instalándose 20 años en esta memoria inquieta.

Sobre eso escribo. Sobre mí, sobre ti. No me interesa el deporte, el ébola, la corrupción, ni esa televisión que abduce la inteligencia.

Siempre me sentí aislado en el refugio de la memoria y la ausencia. El presente es como la luna que no acaba de entenderse con el mar en las mareas. No me interesa, ya tengo bastante con mi pasado y con el incierto futuro que espera.