Me sorprende la actitud de la colaboradora Ángeles Hernández en su artículo reciente artículo «Efectos del calor» en referencia a la denominación de nuestro idioma. La escritora, con la que comparto gran parte de las ideas, expresa enorme disgusto ante la actitud de Carolina Punset de denominar español a nuestra lengua en vez de denominarla castellano hasta el punto de argumentar: «¿Se puede ofender a más gente con una sola frase? Cada vez que la oía decir español en vez de castellano se me revolvían las tripas». ¡Pues sí que se le revuelven a usted las tripas por poca cosa, señora Hernández! El castellano, como usted gusta llamar al idioma en cuestión, se llama spanish, espagnol, spagnolo y spanisch en otras lenguas y la RAE considera sinónimos a ambas denominaciones. Sí que es cierto que, tanto la RAE como la Academia de Historia aconsejaron, en el momento de redacción de la Constitución, el uso de «castellano» cuando se le comparaba con las otras lenguas de España y «español» en el ámbito internacional. También Manuel Seco, en su diccionario de dudas se inclina por esta opción. Entiendo que en las regiones bilingües se prefiera el uso de «castellano», aunque también he oído a muchos canarios, gaditanos y colombianos decir que ellos hablan español, que castellano es lo que hablan los de Valladolid.

En cuanto a los del otro lado, mientras que los de Venezuela, Perú, Bolivia Argentina y Chile prefieren llamarlo castellano, los de EE UU, México, Colombia y Ecuador prefieren denominarlo español. Y digo yo: siendo tan clara la sinonimia de ambos términos, ¿es preciso que se nos revuelvan las tripas porque no use alguien nuestro favorito? Como tantas otras cosas en este país, tormentas en vasos de agua. Román Rubio. Valencia.