Aprovechando estos días los dolorosos pero obligados homenajes en recuerdo de los centenares de miles de víctimas causadas durante los bombardeos nucleares de Nagasaki e Hiroshima, conviene recordar los hechos en sí y el simbolismo que ayudaron a forjar: derrotada la humanidad, no le bastaba al imperio estadounidense con erigirse en absoluto vencedor, ni convertirse en la más desarrollada y rica sociedad a costa del dolor de tantas naciones ultrajadas. Aún nos tenía que castigar con este tipo de macabros espectáculos genocidas para terminar de apuntalar su grandeza, poder y supremacía.

Gracias a la perspectiva histórica de siete décadas, vemos que la verdadera motivación de los alumnos aventajados del nazismo no era necesariamente conseguir una victoria total, sino más bien un sometimiento absoluto de la humanidad por aplastamiento y exhibición de terror. Unas alternativas sucias de sus herramientas de poder blando, ese que nos tiene como hipnotizados hasta el punto de olvidar que su supremacía hegemónica ahonda nuestra miseria. Nuestro sometimiento a Estados Unidos a través de tal humillación les ha hecho amortizar, sin duda, no ya la inversión, sino el riesgo de rechazo que conllevaba tan despiadado ataque a un pueblo tan culto y refinado como agotado e incapaz por entonces. Rafael Serra Serna. Valencia.