Invisibles para el resto, arrastran en soledad la fatal espiral de acontecimientos que los llevó a la situación en que se encuentran. Son los miles de personas que viven actualmente en la indigencia en nuestro país. Algunas de ellas, las más recientes, se aferran a la esperanza de poder regresar a la sociedad a la que un día pertenecieron. Otras, las más veteranas, son personas que, sin morir, ya se fueron para siempre. Esta dura realidad, que tan mal dice de nuestra civilización occidental, es generalmente aceptada. Tal vez porque en el inconsciente colectivo ha calado la consideración de que la extrema pobreza, que ha existido siempre, es el justo castigo que la ineficiencia merece. No nos engañemos. Si bien es cierto que nadie tiene la culpa, todos somos responsables. La perseverancia de voluntarios y asociaciones humanitarias, religiosas o no, desafortunadamente no basta. Es necesaria una mayor implicación de los poderes públicos. Señores políticos, abandonen ese sofismo de pacotilla con que tan solo logran engañarse a ustedes mismos y pónganse a trabajar, a ver si entre todos avanzamos hacia un modelo social del que podamos sentirnos orgullosos. Gerardo-Diego Rocher Catalán. Valencia