A finales de septiembre nos regalaron un enunciado incontestable: «Un plato es un plato», una forma metafórica de apelar al sentido común. Tal apelación se repite con cierta frecuencia como argumento para saldar debates de índole social, económico o político. Nada que objetar, excepto que tales apelaciones contienen una falacia tan sutil que incluso el mismo emisor puede dejar de percibirla. Se trata de una especie de falacia de ambigüedad. En el manido «hay que aplicar el sentido común» distinguimos, al menos, dos significados de «sentido común»: uno se refiere al concepto «facultad de evaluar los acontecimientos de una forma razonable»; el otro, al contenido «conjunto de creencias y comportamientos que una comunidad considera juiciosos y válidos».

Posiblemente, todos coincidamos en el primer significado „la conveniencia de actuar razonablemente„ pero no en el segundo „el contenido de la razonabilidad„, y ello aunque el común de la comunidad admita o consienta ese contenido, especialmente cuando ese consentimiento se ha podido modelar interesadamente. En la frase «eso es de sentido común» se enredan de forma sutil ambos significados: «Eso es de sentido común porque es razonable de acuerdo con lo que nosotros consideramos razonable».

Respecto del segundo significado, Albert Einstein vino a decir que «el sentido común es ese cúmulo de prejuicios que acumulamos...». Einstein sabía bien lo que decía e hizo honor a sus palabras fundando la Teoría de la Relatividad al cuestionar, entre otros, un enunciado en relación al concepto de simultaneidad que consistía en considerar que un evento ocurre de forma simultánea para todos los observadores, un prejuicio que permanecía cobijado al calor del sentido común.

La gran parte del contenido del sentido común es configurado en sociedad a partir de las experiencias y las relaciones sociales, y funciona como un mecanismo automático, confortable y útil al proporcionarnos un guion, facilitarnos respuestas y orientarnos en la vida práctica. Sin embargo, al mismo tiempo nos encauza por el camino más corto, obstruyendo la entrada en el laberinto de la reflexión. Nos lleva a dejar de pensar, debilita la facultad de razonar autónomamente y avala la integración en la corriente. Tal vez, como virtud, el sentido común facilita los consensos sociales, pero su debilidad es que se deja modelar por aquellos que disponen de los medios y la determinación de hacerlo.

Históricamente, los grupos más fuertes de la sociedad han impuesto su discurso hegemónico. La coacción económica y legal son las herramientas más evidentes, sin renunciar a la física en los totalitarismos. Pero cuando no se puede usar la fuerza como en las democracias, la modelación del sentido común es „especialmente desde que entraron en escena los medios de comunicación de masas„ el instrumento más poderoso para perpetuar las relaciones de poder y preparar su aceptación.

La modelación del sentido común ha arraigado en ciertos conceptos significados que parecen incontestables. Por citar dos de ellos: ¿creen que son incuestionables los conceptos «libertad» o «igualdad de oportunidades»? Es sorprendente lo que descubrimos cuando los inspeccionamos desprendiéndonos de las ataduras del sentido común. Les animo a hacerlo. Por mi parte, les mantendré informados.