Harta ya de estar harta, al comprobar que mi compañía telefónica me estaba poco menos que estafando y viendo que tiene una oferta para nuevos clientes, dándose la circunstancia de que yo era nueva usuaria de móvil, intento aprovecharla acogiéndome a dicha oferta. Como darse contra una pared. Tras una breve conversación con un amable joven me pasan con el departamento de bajas, entiendo que por error. Al advertir yo que si no puedo acogerme a esa oferta me daré de alta en otra compañía, me acusan de «amenaza de baja» y en tono expeditivo me conminan a explicitar si deseo conservar alguna prestación. La cosa se complica de tal manera que después de unos cuantos intercambios de «me quiere usted dejar hablar» cuelgo airada.

Rápidamente encuentro de la compañia rival por 2 euros menos. Llamo y contrato 4 servicios. Cuando llegan a casa falta el decodificador de la televisión. El operario sólo ha de instalarme la fibra. Los teléfonos (fijo y móvil) van por otra vía. Y él no sabe nada de la tele. Además ha de perforarme media casa para hacer la instalación. Perpleja insisto para que llame a alguien a quien pueda yo transmitirle mi demanda. La voz del teléfono, amable, se aviene a mis exigencias y promete el decodificador en un futuro próximo.

De momento, el decodificador sigue sin llegar y recibo extrañas llamadas que nadie me responde al descolgar. Puede que yo esté paranoica, puede que esté tan harta como la mayoría de los usuarios de estas multinacionales con las que estamos obligad@s a tratar. Y puede también que yo tenga algo de razón y estemos en manos de unos señores a los que nunca conoceremos, a los que enriquecemos mal que nos pese y ante los cuales nos encontramos en un estado de absoluta indefensión. Y mientras, los políticos que deberían defendernos están haciendo cola para entrar en ese club. Laura Husé Valle. Valencia.