Visité un par de veces la ciudad de Berlín, que reconstruida tras la II Guerra Mundial ha dejado grandes espacios verdes. Siempre he pasado por el trozo de muro que de recuerdo dejaron los berlineses cuando la reunificación, con sus grafitis como el del beso de tornillo entre Bresnief y Hocnecker. Esa pintura da fe y simboliza el hecho de levantar un muro por connivencia de ambos mandatarios comunistas y en contra de las libertades. Siempre me ha hecho reflexionar que el muro fue una terrible experiencia para los alemanes que perdieron su condición de respeto como seres humanos, afectando a su dignidad y libertad cuando se levantó.

Lamentablemente, se siguen construyendo nuevos muros incluso reforzándolos, aunque sean de acero, como en Hungría y Eslovenia. Y se han creado también en diversos otros países del mundo para detener a seres humanos que ansían la libertad y la solidaridad huyendo de la guerra, de la persecución y del terror. El papa Francisco ha dicho que no es de cristianos estar pensando en hacer muros. Soy partidario del necesario control legal del paso de una nación a otra, porque son muchos inmigrantes o refugiados y entre ellos se cuelan terroristas, como dijo monseñor Cañizares muy certeramente aunque se metieran con su persona. Pero los muros desunen, son egoístas y mezquinos. Si no, pensemos en el de Berlín construído por los que decían ser República Democrática Alemana. Francisco Javier Sotés Gil. València.