El drama de las personas que intentan buscar refugio en Europa, no cesa. Sin entrar a analizar las circunstancias que han generado estas situaciones en sus países de origen, allí donde igual que nosotras «vivían», evitando entrar a valorar las responsabilidades de los dirigentes del primer mundo en los acontecimientos que han generado que miles de personas abandonen todo aquello que les hacía tan iguales a nosotros, que ha obligado a tantas a arriesgar su vida y la de sus seres queridos en inciertas travesías, obviando como digo todo esto, constatamos que nuestra Europa les cierra las puertas sin más miramientos, los echa, los apalea, los insulta, les abandona en su desesperación.

¿Imaginamos por un momento estar en su piel? ¿Podemos tan solo intuir el sufrimiento de nuestros congéneres, frustradas sus esperanzas de recuperar una vida más o menos digna? ¿Podemos vislumbrar levemente el padecimiento de ver a tus hijos, pasando frio, enfermos, sin atención médica, sin comida suficiente, sin futuro posible, e incluso tener que ver cómo perecen ante la inacción de los países que supuestamente enarbolan la bandera de la democracia y de los derechos humanos? ¿Lo vemos? ¿O nos hemos vueltos ciegos?

La poca esperanza que le queda a Europa son todas aquellas personas que al margen de los «estómagos agradecidos» de nuestros gobernantes, están haciendo todo lo que está en sus manos para paliar el sufrimiento de los que llegan a nuestra supuesta «Itaca». Son también nuestra salvación, son las que hoy ponen freno a la deriva totalitaria de nuestro continente.

O recuperamos los más elementales principios de solidaridad, de humanidad, o vamos derechos al abismo. La ignominiosa actuación de los Dirigentes de la UE es camino sembrado al desastre.

No es posible rodearnos de muros que nos protejan de «lo de fuera», porque lo de fuera también somos nosotros. No hay pared ni alambrada que pare el anhelo de las personas a tener un futuro. A exigir un mañana para él y los suyos. Y si no, pregúntate qué harías tú en su situación.

Unamos esfuerzos para hacer que otro mundo sea posible, no esperemos nada de aquellos que acuerdan deportaciones y permiten que con sus políticas se arroje al umbral de pobreza a millones de sus conciudadanos, que incluso la desnutrición infantil vuelva a aparecer en Europa.

Tengamos claro quiénes ponen en riesgo nuestras vidas más o menos tranquilas y apacibles, los que promueven que se vea a los refugiados como al enemigo, que los no ricos teman al más pobre, mientras ellos lo miran satisfechos desde la barrera, convencidos que no les va a salpicar la sangre.

El Ser humano ha sido capaz de superar graves situaciones cuando ha tenido como principio el Apoyo Mutuo. Eso va en contra de un sistema que preconiza la ley de la selva, que promueve la acumulación de la riqueza en pocas manos en lugar del reparto justo y solidario de los recursos de este planeta. Hoy quizás tú te salves, pero mañana tus hijos pueden ser los refugiados, «los efectos colaterales» para mantener un mundo de ricos cada vez más ricos y más pobres cada vez más pobres