Algunos prefieren mirar hacia otro lado antes de aceptar una realidad milenaria: la violencia no tiene ni nombre ni apellidos. Los progresistas de nuevo cuño, ésos que desprecian el estudio de la religión, ignoran que el primer acto violento que aparece en la Biblia es el de Caín contra su hermano Abel. Desde que Adán y Eva, sus padres y los nuestros, cometieron el primer pecado llamado original, el mal dejó tocado el corazón del hombre y por eso ha de esforzarse siempre para que el bien se imponga.

Uno recuerda una tarde lejana en el tiempo, cuando tenía nueve años y salía del colegio camino de casa. Tres chicas adolescentes me salieron al paso. Una de ellas blandía una botella de cristal vacía y me soltó un «arrodíllate, bésame los pies o te rompo esta botella en la cabeza». Ante mi negativa, alzó la botella amenazante y acabó escupiendo en mi rostro. En la distancia pude ver cómo asaltaban a otro niño que se llevó peor parte, pues tras soltarle la misma, le dio un tortazo que lo dejó noqueado.

Uno piensa si los progresistas de nuevo cuño habrán venido de otro mundo, porque aquí la violencia entre marido y mujer, hermanos y hermanas, vecinos y vecinas o desconocidos y desconocidas, es violencia y punto. La única diferencia estriba en cómo se ejerce, si con más o menos crueldad, si con una u otra intención, si con más o menos fuerza física... Todo ser humano puede caer en la tentación de dejarse llevar por la ira, de actuar con violencia y hacer el mayor daño posible de palabra o de obra y hasta de omisión.

Ya es hora de abrir los ojos a la realidad y de comprender que la violencia no se va a solucionar aumentando las condenas a los hombres que la usen, sino con la educación en el seno familiar, en el colegio y a través de los medios de comunicación. Una educación que nos haga sabedores de que todos somos capaces de lo mejor y de lo peor, de que cada día hemos de esforzarnos para tratar con respeto a los demás y de que para ser personas de bien necesitamos ayuda extra. Y en este punto, las personas creyentes jugamos con ventaja. Jesús Asensi Vendrell. Algemesí.