La crisis actual de la Iglesia Católica tiene sus reminiscencias en el siglo pasado, cuando unos pocos prelados instituyeron la práctica de la comunión en la mano, además de impulsar otras irreverencias eucarísticas, como eliminar los reclinatorios, los comulgatorios, y los confesionarios, obstaculizando la confesión de los pecados mortales, condición indispensable para comulgar. Pero hoy, a pesar de que el ocupa el trono de Pedro no está por la labor de recuperar el respeto al Dios eucarístico, ya que ha inducido a pensar, a través de su exhortación reciente Amoris Laetitia, que los divorciados vueltos a casar o los concubinos pueden acceder libremente al sacramento, Dios grita su autodefensa mediante un milagro eucarístico, uno más en la larga trayectoria que ha surgido para demostrar la presencia real de Cristo en la eucaristía en momentos de decadencia de la fe en esta verdad, o como ahora, ante el peligro de un sacrilegio colectivo.

El hecho ha ocurrido en Polonia. El obispo de Legnica ha aprobado la veneración de una hostia con sangre como milagro eucarístico después de las conclusiones científicas: «En la imagen histopatológica se ha descubierto que los fragmentos de tejido contienen músculo estriado transversal cardiaco humano con las alteraciones propias de una agonía». En nuestras manos está, como católicos, defender la gloria de este sacramento de las corrientes modernistas-protestantes que quieren desacralizar el mayor portento que Dios nos ha dejado como alimento de nuestras almas: él mismo, bajo apariencia de pan. Isabel Planas. Valencia.