Es un hecho contrastado que una mentira repetida mil veces se convierte en verdad. A los efectos. Es decir, que si bien ontológicamente no resulta una verdad, fácticamente „que es a lo que vamos„ actúa como tal. Por ejemplo, a base de repetir hasta la saciedad que no hay dinero para las pensiones nos lo acabamos creyendo. Esta tontería se apoya en esa falacia por la cual las pensiones habrían de pagarse con las cotizaciones de los trabajadores a la Seguridad Social. Y yo me pregunto: ¿En qué sagradas tablas de la ley introdujo Dios ese mandamiento? ¿Qué catecismo que no sea el neoliberal estableció tal mandato?

Y puesta a preguntarme, sigo: ¿Cuántas pensiones podrían pagarse con la contribución que ahora no paga la Iglesia? ¿Y con la de las sicav? ¿De dónde sale la pasta para comprar drones o acorazados, de las cotizaciones de los generales acaso? ¿Y quién estableció la sacralidad de las partidas presupuestarias? ¿Quién dijo que no se podía quitar de aquí para poner allá? ¿Quien estableció las prioridades del erario público? ¿Por qué cualquier diputado o senador tiene una paga vitalicia despues de siete años de asistir (o no) al Parlamento y yo no puedo jubilarme con 42 años cotizados? Y por cierto, ¿de dónde está saliendo el sueldo de Rita Barberá? ¿Por qué los bancos quiebran y el Estado los rescata para que sigan estafándonos?

Pero sobretodo me pregunto por qué, por qué y por qué somos tan increíblemente sumisos y nos gusta tanto comulgar con ruedas de molino. Laura Husé Valle. Valencia