Infinidad de ciudadanos católicos admiramos al cardenal Cañizares y nos solidarizamos con Su Excelencia Reverendísima en estos momentos en que es objeto de ataques foribundos por parte de ciertos lobbies, con inclusión de políticos que les apoyan. Quieren condenarle en las Corts como si hubiera cometido un crimen, cuando lo que ha hecho es defender, sencillamente pero con valentía y amparado en la libertad de expresión, la verdad del hombre y la familia. Ante sus palabras y su extraordinaria personalidad, han reaccionado ciertos colectivos impregnados de la ideología de género, idea marxista trasnochada, aparcada en el siglo XIX por la Rusia comunista por su peligrosidad para la familia y el progreso demográfico. Su persona evoca, en mí, la figura evangélica del buen pastor, que defiende a sus ovejas y da la vida por ellas. Don Antonio estorba los propósitos de quienes contradicen, sin reparo, la identidad natural del ser humano y la moral universal. Su voz autorizada alerta contra la injusta imposición del adinerado lobby gay y por eso quieren acallarle por todos los medios, incluyendo la insidiosa difamación. La Iglesia es pionera en la defensa verdadera de las personas con tendencia sexual distinta a la común. El papa Francisco dice que hay que «distinguir entre el hecho de ser gay del hecho de hacer lobby, porque ningún lobby es bueno. Si una persona es gay y busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para criticarlo? El Catecismo de la Iglesia católica lo explica de forma muy bella esto. Dice que no se deben marginar a estas personas por eso. Hay que integrarlas en la sociedad». Josefa Romo Garlito. Valladolid.