Al cardenal Cañizares le hace falta un asesor de imagen o, en su defecto, alguien que sepa algo de historia local para aconsejarle. A finales de los años cincuenta, intentó debutar en el teatro Ruzafa un chanssonier llamado Escamillo, que era, en aquel entonces, la reina del Paralelo barcelonés; sus capas, en plan madrastra de Blancanieves no gustaron nada. Su debut fue también su despedida. La capa con la que se dejó ver Cañizares, nada más llegar a Valencia, superaba con mucho a la de Escamillo y ni siquiera Rafael Conde, el Titi, osó jamás ponerse semejante prenda. Si a ello añadimos las desafortunadas y totalmente carentes de caridad cristiana frases que va soltando a diestro y siniestro, podemos decir que se ha ganado el desafecto de su feligresía a pulso. La sencillez y la discreción de vestimenta son esenciales en el vestir; especialmente cuando se tiene ese frágil aspecto de pluma mística andante, que él tiene.

Descalificar a los refugiados, que a diario se ahogan en el Mediterráneo, por no ser «todos trigo limpio» o de ser caballos de Troya... ¡Qué atrevimiento y desvergüenza, Señor! ¿Acaso es todo trigo limpio dentro de su Iglesia? En cuanto a las «amenazas» a la familia cristiana no estaría mal el que un psiquiatra „aunque fuera del Opus„ diera su opinión sobre la validez de los comentarios hechos por un hombre que no ha conocido hembra ni varón. José Vidal Boluda. Valencia.