A las puertas de unas segundas elecciones (repita y suerte) viene a mi memoria el delicioso ensayo de Umberto Eco «Construyendo al enemigo», en el que postula lo necesario de inventar y/o construir un enemigo para definirnos a nosotros mismos y nuestros valores, mecanismo perverso, universal y tan antiguo como la picor. También evoco aquellas palabras de Fernando Fernán Gómez que en una entrevista decía que el pecado genuinamente español no era la envidia, sino el desprecio, es decir, no deseamos tener el mismo coche que nuestro vecino, lo que deseamos es que se lo roben o que se le queme el motor a la semana de estrenarlo.

Estas referencias adquieren carta de naturaleza en el voto español. No hay nada más provechoso en términos públicos y políticos que fomentar una confrontación con un opuesto (aunque sea artificial y falsa), no para reafirmar tu posición (cosa que sería legitima), sino para provocar la activación del desprecio aludido. El tan llevado voto útil o el voto del miedo son subdivisiones de una categoría más general del voto del desprecio. Quién no ha oído la frase «voto a estos para que no ganen los otros». Así, cuando alguien se manifiesta sobre política, generalmente no se manifiesta a favor de, sino en contra de.

Estas elecciones las ganará quien explicite de forma más rotunda a su enemigo. A pesar de la opinión del gran actor, que no digo que esté equivocada, esta democracia será más adulta y más libre cuando desde los partidos o sus maquinarias no se fomenten las pulsiones cainitas como impulsoras del voto, sino simplemente el examen racional y equilibrado de las opciones (no por eso exento de emotividad). Eduardo Gómez. Valencia.