Apreciado Miguel, estuve hace tiempo, en tu casa/Pero ya te habías ido, pero pude palpar cada/Segundo que estuve allí, tu espíritu, que flotaba/Y te daba la mano como diciéndote:/"Me alegro de verte", por eso te envío este poema/Mi querido maestro y amigo.

Sudor que corre por la cara/Del simple hombre que trabaja/Y llora así, la piel que lo acompaña./Mientras las voraces fauces devoran/La triste vida del obrero/Y rompen de las gafas los cristales/Y de los ojos, los limpios destellos.

Y vienen mareas rojas llenas de sangre/Que vienen y la derraman desde lejos/Personas que reclaman/Justicia y sus derechos./"Gracias por escucharme siempre/Por seguir sentado a la orilla del/Camino, para ver al pueblo pasar. Marcial José Cebrián. Valencia