Más de uno dirá que son una gota en un océano de vana diversión, donde impera el sexo, la mala música y el alcohol. Sí, pero la verdad es que los treinta mil jóvenes españoles que participan desde hoy en la Jornada Mundial de la Juventud de Polonia, forman más bien una gran ola de esperanza para nuestro país.

Muchos de ellos han tenido que trabajar duro para poder sufragar el viaje y la estancia, y van a Cracovia dispuestos a afrontar con alegría todas las incomodidades que desde el principio y hasta el final de la JMJ se van a encontrar: días y noches en un autobús, comidas de una sola carta, calor y frío, sol y lluvia, y para conciliar el sueño, las tiendas de campaña y el cielo abierto de la patria de san Juan Pablo II.

Y lo mejor de todo es que van con la alegría pegada al cuerpo, ilusionados por encontrarse con sus pastores, con otros trescientos mil jóvenes y con el Santo Padre, el papa Francisco. De él van a recibir el anuncio de un plan de vida exigente y el deber de identificarse cada día más con Cristo. Y nuestros jóvenes aceptarán de buen grado ese compromiso, pues tienen la seguridad de su victoria final, aunque por el camino se dejen la piel hecha jirones. La vida de un cristiano es un comenzar y recomenzar continuo, sumidos en una alegría que nada ni nadie podrá quitar.

Dentro de un par de semanas España no será la misma, y no porque Rajoy haya formado un nuevo gobierno, sino porque treinta mil jóvenes estarán de regreso de Cracovia, dispuestos e ilusionados por mostrarnos que la vida de fe es la única que colma nuestro corazón de gozo y de paz. Seguro que serán muchos más los que se apuntarán a la próxima Jornada Mundial de la Juventud. Jesús Asensi Vendrell. Algemesí.