El pasado 29 de julio fui a la la calle Hospital de Valencia a renovar mi pasaporte sobre las 6:30 de la mañana. Como no había aparcamiento le pedí el turno a una señora, me fui aparcar y volví a la cola identificándome ante la persona que me había dado la vez, que me sonrió cuando me reconoció.

Una joven de unos 20 años, que estaba detrás de ella, dijo que no estaba de acuerdo en que me hubieran guardado el sitio en la cola porque yo no había esperado para dar la vez al siguiente. Yo le dije que todas esas consideraciones eran relativas, que yo me había ausentado apenas unos minutos y había pedido turno. A continuación la joven levantó mucho la voz y dijo que yo era una maleducada y que me fuera al final de la cola. Casi no había terminado la frase cuando llegó su padre y sin dejar que yo explicara nada, levantó la voz igual que su hija y volvieron a llamarme maleducada y a mandarme al final de la cola.

Yo estaba atónita, dado que no soy persona de palabras fuertes y malsonantes o de malos modos. Miré a mi alrededor como quien mira al público en una obra de teatro y nadie osó defenderme. Al contrario, la mujer que me había reconocido el turno con una sonrisa me advirtió que era mejor que me fuera al final de la cola sin más explicaciones.

Al volver para hacer la gestión, a las 10 horas, conté todo a dos policías que vigilaban la entrada. Fueron amables y comprensivos pero no dijeron nada a mis agresores que renovaron tranquilamente su pasaporte delante de mí. Si la policía hubiera estado presente en la cola, este abuso no se habría dado y, cuando no hay normas claras, gana el más fiero y mal encarado. ¡Qué mal cuerpo deja la falta de ciudadanía, y cuánta falta hace en la escuela esta materia tan esencial! Ana Gómez García. Rocafort.