En Valencia estamos de suerte, pues nos gobierna una coalición progresista que presume de solidaridad, legalidad y de manos limpias. Y entre tanta fraternidad destaca su Consejería de Educación, con el maestro Vicente Marzá a la cabeza, por su empeño en legislar para todos y defender a la ciudadanía más marginal. Bueno, aunque su magnífica ocurrencia de la red de libros gratuitos no tiene en cuenta a todas las personas que lo están pasando mal por esta crisis. Ahí tenemos a unos comerciantes que rayan la mendicidad y que están en peligro de extinción: los libreros.

A todos nos parece fenomenal que se reutilicen los libros de texto de un año para otro, que se evite un gasto innecesario a las familias y así empezar en septiembre con mejor pie. Pero ¿por qué Educación permite que muchos centros escolares se conviertan en librerías para gestionar la compra y la venta de los libros de texto nuevos? ¿No es suficiente ya que se encarguen de la distribución de la bolsa de libros usados? ¿O es que también van a permitir que las librerías escolaricen en sus instalaciones a los niños que no deseen asistir a una escuela convencional?

Urge ya la publicación de una normativa que prohíba a todos los centros escolares la compra y la venta de libros. Si no, por esa regla de tres, también en las escuelas se debería permitir comerciar con ropa, muebles, alimentos, juguetes, cosmética o medicamentos. Seguro que, al no tener que pagar impuestos ni licencias, venden estos productos mucho más baratos y con los beneficios hacen maravillas para con los centros educativos. ¿Verdad que sería estupendo? Jesús Asensi Vendrell. Algemesí.