El jazmín estaba precioso, después de la última poda crecía vigoroso y fragante. Era uno de los últimos testigos de una época de recuerdos felices: las niñas eran pequeñas, los problemas también parecían más pequeños y mis padres estaban sanos y todavía jóvenes. Ese jazmín era hijo de la hermosa planta que crecía en la caseta de campo de mis padres: a partir de una ramita semienterrada, crecieron raíces y pudimos plantarlo en mi casa. Las plantas, las personas o las familias nacen crecen y se mueren, o se destruyen. Es ley de vida, somos esclavos del tiempo y del espacio. Nuestra vida transcurre y desaparece en medio de referencias espacio-temporales que siempre creímos esenciales. Ahora, sin embargo, la propia ciencia, a través de la rigurosa física, cuando trata de conjugar las dos teorías más soberbias que tenemos para la comprensión del universo, la física cuántica y la relatividad general, encuentra que ni el espacio ni el tiempo son las dos entidades fundamentales que pensábamos, son emergentes y la entidad fundamental que los determina es cuántica y ligada a la causalidad.

Mi jazmín crece ajeno a todas estas reflexiones y leyes mecano-cuánticas, y su perfume me devuelve a aquellos tiempos pasados donde la esperanza y el futuro parecían ensancharse. La vida sigue con su vigoroso ciclo y, quizás, la esperanza perdida nos espere detrás de esa misteriosa entidad de la que parece emanar el propio espacio-tiempo: una entidad más fundamental y capaz de trascenderlo. José Salvador Ruiz Fargueta. Torrent.