Desde luego, no es mi ánimo ofender a nadie en lo personal, ni en lo profesional. Sólo quisiera hablar de lo que veo a diario en las calles de nuestra hermosa ciudad, en la que decenas de personas sin techo deambulan y duermen en la calle: no lo hacen por voluntad propia. Máxime si tenemos en cuenta que una parte de esas personas se encuentran enfermas y en estado crónico. Es fácil que se reproduzcan episodios tan lamentables como el recientemente sucedido junto a la catedral donde un sin techo aparece muerta en un banco de la vía pública. Y ese riesgo aumenta. Deduzco que algo muy grave está pasando con nuestro sistema de Bienestar Social cuando a estas personas se las deja a su suerte en las calles. Quizá la mayoría de los ciudadanos no tenemos muy claro cuál es la labor del trabajador social y hasta es posible que exista una notable deformación en la opinión de ese trabajo, como ayudar en los desahucios.

Para muchos son los encargados de arreglar las pagas. Otros piensan que son los encargados de cuidar a los ancianos. Y algunos que nos roban a los niños. O dejan morir al sin techo. Los sectores de sus ocupaciones son muy variados (sanidad, dependencia, discapacidad, exclusión social, infancia, pobreza, etc.) y se trata de una labor que depende esencialmente de las partidas asignadas. Es necesario recordar que el Bienestar Social tiene cuatro pilares y que uno de ellos son los Servicios Sociales.

Un trabajador social debe ser una persona capaz de transformar la realidad de otras personas. Me refiero a soluciones prácticas. En buena lógica pienso que lo que debería definir a un trabajador social es su capacidad de acción allí donde la mayoría de la sociedad aparta la vista y pasa de largo. La marginación y la exclusión son campos de actuación que les conciernen directamente y, quizá por eso su perspectiva del problema social es única donde otras fracasan. No porque lo hayan aprendido en algún manual.

El hecho de renunciar a esa perspectiva sería verse relegados en una especie de función administrativa, muy útil si se quiere para frenar las quejas de estos ciudadanos. O tal vez matricularlos en algún curso de formación, o rellenar formularios. De ese modo, quizás haya quedado justificado su sueldo, pero nada más cuando las opciones que se le plantean a los propios afectados son tan escasas. Es decir, insertarlos en planes de formación que a veces le reportan una efímera ayuda económica y a partir de ahí el simple hecho de buscar trabajo en ese campo, o el que sea, se convierte en una utopía.

Entre otras razones porque la Administración considera que su actuación termina al entregar el diploma del curso. Y se acabó todo. Ante la eventualidad de algún tipo de empleo ese diploma no le va a servir de nada ¿Conseguirá emplearse? No, ni mucho menos. No se trataba de eso. Con ellos la Administración se lava las manos. Luis Enrique Veiga Rodríguez. Valencia.