La denuncia, el juicio y la condena parece ser la única solución para poner punto y final a la violencia que sufren las mujeres en el ámbito doméstico. Pero resulta que de las 5358 personas condenadas en el año 2015, el 43% eran mujeres... Entonces, ¿qué nos está pasando? ¿Qué estamos haciendo para erradicar de veras la violencia en el seno familiar?

Hace tiempo que las instituciones públicas dan la batalla por perdida y ni se plantean buscar una solución alternativa en los conflictos familiares. Ahí tenemos la ley de divorcio exprés de Zapatero y el eslogan que se repite una y otra vez a las personas que se sienten maltratadas: ¡denuncia ya! Para nada se habla de diálogo, de análisis de cada situación en concreto para buscar una posible solución, pese al fracaso patente de esta política de la denuncia y la condena.

Si la violencia en los hogares no disminuye, si las medidas correctivas no previenen lo esperado, ¿por qué no se aprueban otras medidas alternativas? ¿Por qué no le interesa al Ministerio de Sanidad hablar de formación en el verdadero amor; ése que se alegra de los logros del otro; en la humildad o en la paciencia? ¿Será porque eso supondría admitir que tenemos vida interior y eso es incompatible con la concepción progresista de lo que es un ser humano?

Resulta que las personas somos capaces de lo peor y también de lo mejor. Pero claro, remar contracorriente es mucho más costoso y supondría reconocer una espiritualidad que algunos quieren negarnos. Por eso van a lo fácil que es lo ineficaz: aumentar los años de condena, los arrestos y las denuncias. Y así nos va. Jesús Asensi Vendrell. Algemesí.