Gobernar es respetar las decisiones y medidas acertadas de los antecesores y corregir o mejorar las que no lo fueron. Y toquetear es meter mano en todo lo existente con motivo o sin él, provocando un cambio de costumbres a los ciudadanos y complicando sus vidas sin motivo ni mejora aparente.

Y eso es lo que estamos soportando los valencianos desde el cambio de poderes, un toqueteo caprichoso e injustificable que nos ha llevado a soportar molestias y alteraciones indeseadas en nuestra habitualidad. Y es de sobra conocido que irritar al votante no es la mejor campaña electoral que se puede realizar, porque si hay una cosa segura es que el ciudadano calla y se resigna a la espera de su venganza que es el papelito del voto cada cuatro años. Porque vaya manía la de las izquierdas de organizar la vida de los demás, que es lo más sagrado que hay.

Valencia era una ciudad que había conseguido ese difícil equilibrio entre el tráfico y el viandante, de manera que ambos eran compatibles sin atascos ni peligros. Pero desde el cambio, aquí nadie sabe por donde pasa su bus ni a que hora llegará a su trabajo con la aparición de los atascos. Porque aquí siempre pasa algo. O el día de la bici, del patinete, el día sin coche o el corte por el centro o lo que sea, para complicar la vida de las personas.

El otro día, protegidos por quince policías municipales unos cuarenta manteros se manifestaban cantando, a paso de oca por la calle de San Vicente ocasionando una colosal retención a sus espaldas. Y uno se pregunta que es lo que querían esos manifestantes. Si la defensa de sus derechos o el molestar al prójimo para que se irrite por sus problemas. Porque es un error garrafal pensar que se van a solidarizar con ellos después de causarles molestias y atrasos.

Yo no estoy en contra de las manifestaciones, pero que se hagan por las calles peatonales que hay muchas en el centro y a otra cosa, que cada cual tiene sus problemas y se los soluciona como puede sin molestar a los demás.

Pero el toqueteo no se detiene en el tráfico. Lo de los buses no tiene nombre. Cuando todo el mundo tenía su calendario de parada y horario se lo cambian y el de la Pl. de España ha de ir a la Calle de Castellón. O el estudiante que tenía claras las prácticas hospitalarias, está esperando si las podrá hacer o no. O los padres que vivían tranquilos con el distrito único y el niño en la escuela preferida se encuentran con la sorpresa de que la Administración se apodera de su hijo y lo envía donde quiere. O le sorprenden con una orden sobre la enseñanza de los idiomas en detrimento de sus deseos o con el altibajo de alegría/tristeza del anuncio de la consolidación de plaza a los interinos sin oposición previa, para días después reconocer que es imposible o promoviendo terrazas en Ruzafa para machacarlas con un +74% de IBI.

Si se quiere perder las elecciones se ha escogido el camino más seguro para ello, que es el de meterse a organizar la intimidad de las costumbres habituales de las personas. Eso sí que no falla. Porque el votante en su día seguro que les responderá con lo mismo que dicen los que ahora nos gobierna ¡Ahora nos toca a nosotros!