Escribo en relación con el homenaje de Guillermo García Alcalde al Palau Reina Sofía y a Helga Schmidt el pasado 10 de noviembre en Levante-EMV. La construcción de este coliseo ya fue un exceso de megalomanía insostenible. El intento de convertirlo en un teatro de ópera de referencia es visto como «ambición de excelencia» por el autor; pero se trata de un despilfarro bochornoso. El Palau de Les Arts es un teatro recién inaugurado en una ciudad sin tradición operística. El intento de ponerlo a la altura de los coliseos europeos ha sido un derroche sin sentido. Lo que en otras plazas ha costado siglos, se quiso hacer en Valencia en una década. Fichajes de grandes figuras y montajes deslumbrantes no cultivan el buen gusto del público por la ópera. Sólo sirven para promocionar la figura de los productores, escenógrafos y directores. Ni siquiera estos montajes promueven la ciudad, como pretende García Alcalde.

Los aficionados a la ópera contemplamos con tristeza como directores, gerentes, artistas escénicos, políticos y figuras retiradas se apoderan de este espectáculo para usarlo en su beneficio. Los unos, para demostrar su pretendido talento artístico fuera de lugar, pues la ópera no es marco de innovaciones; los otros, para apuntarse tantos frente al electorado y los últimos para prolongar su agónica carrera lírica trasladándola al marco de la dirección, la intendencia o la gestión. En esta agonía desesperada incluso hay tenores que se atreven sin vergüenza con el repertorio de barítono. Todo ello no merece ningún homenaje, sino la crítica sistemática, fundada y puntual.