Después de cinco años viviendo en Irlanda decidí volver a Valencia. A pesar de dejar atrás un excelente trabajo y amigos, regresé con ilusión y muchas ganas de darle otra oportunidad a mi ciudad. Por encima de todo quería volver a estar con los míos y no perderme más reuniones o celebraciones. Todos decían que las cosas iban mejor, que pronto me saldría trabajo y que no tendría problemas con el nivel tan alto de inglés que había adquirido. Me armé de valor e hice las maletas.

El Inem se haría cargo de transferir los créditos de Irlanda y así cobraría la prestación por desempleo. Me dijeron que como requisito tenía que cotizar un día en España y así fue. A los pocos días de llegar a Valencia trabajé en un campamento diez días y aquí empezaron las sorpresas. Los monitores trabajábamos 14 horas al día sin descanso. La segunda sorpresa fue que esta empresa organizadora de campamentos a pesar de pagar de acuerdo al convenio decide pagarnos la mitad en negro y como colofón cuando me presento en el Inem con ese día trabajado en España, me dicen que según el salario base cotizado en el campamento mi prestación ya no será de 1000 euros al mes por uno año, sino de 600 euros. Cuatro mil euros perdidos por trabajar en B sin mi previo consentimiento porque el Inem sólo contempla el último día cotizado.

Creyendo que sería bienvenida, me he sentido engañada y con pocas expectativas aún teniendo dos diplomaturas y tres idiomas. Me encuentro con treinta y tantos años, sin encontrar trabajo tras seis meses, con una prestación ridícula y en casa de mis padres. Me gustaría que se tuviera en cuenta que somos muchos los jóvenes que hemos vuelto y que estas medidas deberían ajustarse de una manera más sensata y justa. A pesar de mi situación, no puedo dejar de mencionar que lo más positivo que he visto desde mi vuelta ha sido encontrarme con una ciudad diferente, sostenible y con ganas de cambio. Mariam Hernández González. València.