El cardenal Cañizares, como director territorial en Valencia de la organización religiosa más potente de España, sentenció solemnemente el pasado domingo que «la Virgen ha evitado una catástrofe» o «ella ha evitado la catástrofe», según las distintas fuentes (yo no estaba allí, no escuché el discurso, he de citar lo que leo en prensa). Resulta que por la mañana una de las enormes puertas -de 1.100 kilos de peso- de la iglesia que guarda la efigie se soltó de sus bisagras desplomándose sobre la otra puerta, con tanta fortuna que sólo resultó herida leve una persona. Miles de fanáticos se agolpaban a la entrada de dicho templo ansiosos por entrar antes que nadie a ver la efigie de la Virgen, y al parecer fue esa la causa del desprendimiento de la muy pesada puerta.

Y todos contentos, nadie parece extrañarse de todo esto. Ni siquiera el Ayuntamiento de Valencia: dijo la concejal responsable que no iba a estudiar el caso, ni comisión de investigación ni, por supuesto, exigencia de explicaciones y responsabilidades a los promotores del evento. A mí me parece una desfachatez presentarnos esto tal como se nos presenta: esa turba que de buena mañana se agolpaba sobre las puertas de la iglesia no es más que un grupo de fanáticos, tanto como esos otros a los que vemos en los telediarios hacer lo mismo a las puertas de una mezquita en Arabia Saudí o Afganistán, por ejemplo. Y esa organización que promovió el evento del domingo en Valencia a las puertas de una de sus muchas propiedades inmobiliarias equivale a un organizador de conciertos multitudinarios -o al propietario de un estadio de fútbol- que naturalmente será investigado, y quizás encausado y condenado como responsable. Javier Camarena Doménech. València.