Y a los científicos y ratones que hacen investigaciones y que causan sensaciones en todas las naciones. A todo este colectivo, valiente y decidido, de mentes inteligentes que no paran de investigar y con su sabiduría e inteligencia contribuyen al progreso de la ciencia en beneficio de toda la humanidad para ofrecernos en el futuro un mundo mejor. Honor y gloria a los grandes en el olimpo de los dioses. A los médicos profesionales que trabajan en clínicas y hospitales. Te operan del corazón, del riñón, del brazo, de la pierna. A todos ellos, mi gratitud eterna. Cuando tengan que operar, un consejo les quiero dar: este enfermo que está mal nada se debe olvidar, ni momento de despiste, por si el enfermo no resiste. Si tienen que volver a abrir, en la segunda puede morir. A mí, hace 45 años me salvó la monja superiora cuando estaba ya en la cama sujeto con las correas. Recuerdo que entró y les dijo: «hagan las cosas bien, este señor no es para vosotros». Me levantaron y me senté en la puerta. Me iban a operar del estómago en lugar del apéndice. Y media hora más tarde me operó el Dr. D. Eloy Diaz Arroca del apéndice. Hubiera sido catastrófico. Eran sobre las once de la noche y pienso que estaban cansados y tenían sueño y la mente no estaba despejada. Porque una cabeza con sueño es una mente inútil. Quiero un médico valiente que me trate con ternura y que nunca, por negligente, me lleve a la sepultura. Ginés Picazo. València.