He ido con cierta asiduidad a los cines Albatros de València. Hacía colección de tarjetitas de descuento, ya que siempre me olvidaba de llevarlas. Pero discrepo en pensar que la apuesta de abrir los antiguos Albatros haya sido un acto de valentía empresarial, y menos de compromiso cívico. El señor Ventura Pons ha jugado desde el principio con dos ases escondidos en la manga. Por una parte, el apoyo incondicional de las fuerzas vivas de la ciudad, que le hicieron la ola desde el primer día, y por otra con el colchón que representan los cines Texas de Barcelona, lo que le permite poner los precios bajos, en competencia con el resto de salas, sin preocuparle de momento tener pérdidas y pensando en un futuro mejor. Dos ases de los que carece el resto de cines y a los cuales sí que les preocupan las pérdidas, ya que su único colchón es el de que acudan espectadores a sus salas.

No estoy en absoluto de acuerdo con la afirmación de que Ventura Pons haya venido a Valencia a promocionar la lengua vernácula. Creo que ha venido a montar un negocio que él pensaba podía funcionar tan bien como las salas Texas en la Ciudad Condal. Muy lejos de tratar de ser un servicio público con recursos privados y cercano a lo contrario gracias a las concesiones de las que disfruta, es decir ser un servicio privado con recursos públicos, desde luego el señor Pons no ha inventado nada. En València no hay una demanda de cine con subtítulos en nuestra lengua, ni tan siquiera con subtítulos en castellano, ya que la mayor parte de espectadores prefiere ver las películas dobladas al castellano. La lucha por la recuperación lingüística ha de ir por otros derroteros. Parece un poco frívolo dejarla en manos de iniciativas privadas.