Viví en la calle Cardenal Benlloch de València ( casi esquina con Blasco Ibáñez) toda mi infancia y parte de mi juventud y ahora, en mi madurez, he regresado. Jamás debí hacerlo. Lo que era antes una vía de carros llena de árboles se ha convertido en una insoportable vía de circulación rápida en la que no dejan de pasar ambulancias provistas día y noche de sus temibles sirenas. El sosiego resulta así imposible, y eso por no mencionar las furibundas motos que torpedean a los vecinos con sus escapes libres. No todos los vecinos podemos encerrarnos tras las capas de cristalit, y menos todavía en pleno verano. A lo que cabe añadir que, sin duda para distraernos del ruido del tráfico, una vez por semana estallan las aceras al reventar las conducciones de agua. ¿Es preciso que esto siga así? ¿De verdad que nada se puede hacer para preservar tanto los oídos como la calma de miles de vecinos?