Han aparecido pintadas infantiloides - están hechas con tiza blanca - en algunos de los maceteros de la calle Cuba. En ellas se pretende denunciar la «expulsión» de vecinos para mejor atender a los «nuevos turistas/usuarios» de Russafa. No me cabe la menor duda que quienes han hecho esas pintadas no saben, por ser demasiado jóvenes, lo que antaño fue la calle Cuba. Cerrada al tráfico por las vías del tren, hasta bien entrados los años 60 solo admitía ser utilizada por pequeños talleres de mecánica y comercios ínfimos que, además servían de diminuta vivienda en la trastienda.

La mayoría de sus modestos edificios no tenían ni ascensor ni aseos - tan solo un W.C. en la galería -. A la altura del número 35 había una fuente pública, no solo para calmar la sed de los viandantes, también para surtir de agua a los chabolistas que habían construido sus chamizos contra la valla del ferrocarril, en la adyacente calle de Filipinas.

Con la llegada de los primeros supermercados, tuvieron que cerrar al no poder competir en precio, calidad, surtido y medios higiénicos quedando muchas de sus plantas bajas vacías. Gracias a la llegada de los comerciantes, primero árabes y luego chinos, se revitalizó algo la zona y, finalmente, con los bares - boutique y restaurantes, se ha conseguido adecentar la zona actualizándola. Nadie ha sido «expulsado» de la calle Cuba, pero sí han podido vender a un precio que les ha supuesto un beneficio útil. José Vidal Boluda. València.