«Buen viaje papá. Buen viaje hasta el cielo». Esto escribí en tu lápida el día 27 de noviembre del año pasado. Desde entonces me faltas, y ya hace un año. Un año sin ti. Un año muy largo.

No serías el padre perfecto, yo no fui la hija perfecta, pero te echo de menos. Y ahora me enfado contigo porque no me pediste permiso para irte. No me preguntaste si yo quería que te fueras. Y no, no quería. Te necesitaba más tiempo en casa, conmigo, cerca... aunque fuera para discutir esas pequeñas cosas en las que no estábamos de acuerdo. Las grandes cosas me las has dejado en el corazón, a pesar de que te empeñabas en esconder el corazón.

Me viste reír muchas veces en mi vida, y otras tantas llorar, y sufrir también. Y sufriste conmigo, lo sé. Y al final yo sufrí contigo, calladamente, sin poder hacer nada para aliviar tu dolor, sin poder darte todo aquello que, tal vez, hubiera podido darte y no te di. Ese maldito cáncer tan rápido, tan horrible, que fue minando día a día tus fuerzas, tus ánimos, que te fue consumiendo el cuerpo, la vista, el oído, el habla... de repente, te quedaste callado. Dormido.

Ya no me dio tiempo a decirte nada, no pude darte las gracias por tanto, por todo, no pude decirte te quiero, no pude hacer nada más que darte un beso de despedida, un último abrazo. Pero te lo digo ahora papá, gracias por todo eso que me diste, gracias por todo, gracias por ser tú que sin ser el mejor fuiste grande. Fuiste mi padre. Te quiero.

Tu corazón también se durmió de repente y te fuiste de viaje al cielo, buen viaje papá, buen viaje hasta el cielo.