He leído en una ocasión como la entonces alcaldesa de València, la popular Rita Barberá, se confesaba asustada ante el nivel de pobreza que estaba adquiriendo la ciudad. Entretanto, numerosas familias iban a recoger a sus hijos al colegio y con el uniforme puesto les llevaban al comedor de la Casa de Caridad, porque no tenían recursos para hacer frente a la crisis. Desde el año 1992, aproximadamente, vengo siguiendo el funcionamiento de los servicios sociales de la ciudad, cuyo devenir conozco porque sé de las dejaciones que sufren algunas personas a manos de estos servicios. En particular las personas sin techo.

Dos fallecimientos se han registrado en apenas 48 horas en las calles de Valencia coincidiendo con la ola de frío que nos afecta. Uno fue hallado sin vida en la calle Guillem de Castro y otro en el barrio del Carmen. La situación de estas personas es extrema en general. Si bien el ayuntamiento ha asegurado una y otra vez que las plazas destinadas a personas sin techo, cuentan con varias reservadas para casos crónicos o que tienen adicciones -lo que les descarta para entrar en los centros de acogida- desde algunas organizaciones se han mostrado extrañados al no tener conocimiento directo de tales plazas. «Si esas plazas existieran lo sabríamos», de ahí los fallecimientos en plena calle. Lo que en verdad resulta patético es que en el siglo XXI, en nuestras ciudades se produczcan muertes en la calle por el frío.

Los albergues son de acogida temporal -por lo que nada resuelven- y además excluyen a . Detrás de esta realidad hay a menudo verdaderos dramas en los que los problemas mentales y de salud merman la capacidad de acción de estas personas. En ellas confluye la inercia y el fracaso de las instituciones con decenas de personas que duermen cada noche en las calles y nadie se inmuta. Luis Enrique Veiga Rodri?guez. València.