En los últimos años, se ha hablado mucho del fenómeno migratorio: en particular, a raíz de las emigraciones masivas de pueblos africanos hacia Europa y de las del mundo latinoamericano, sobre todo, de México hacia Estados Unidos. Familias enteras cada día toman la difícil decisión de dejar atrás sus recuerdos y sus seres queridos en pos de un nivel de existencia mejor, ya sea para conseguir un trabajo que les permita mantenerse a flote o para lograr vivir con serenidad y alejarse del horror provocado por guerras y dictaduras. Muy pronto, durante este viaje lleno de esperanza, se van a enfrentar con desilusiones, dificultades y con el rechazo causado por las gigantes fronteras que resguardan los distintos países de destino.

Son las fronteras las protagonistas de nuestro siglo. No obstante, cabe recordar que en 1993 nació la Unión Europea con el intento de unificarlas, tras años de guerras militares e ideológicas, y como otras uniones supranacionales sentó las bases para un futuro gobierno mundial: símbolo de esa unificación fue la caída del muro de Berlín, que no solo dividía una ciudad, sino también dos mundos.

Sin embargo, durante los últimos años, también la Unión Europea empezó a construir fronteras: en Calais, en Ceuta, en Kiekskiejmy y -la más "joven"-, la que surgirá entre Rusia y Estonia, cuya construcción se prevé para este nuevo año. Por un lado, esos muros constituyen una protección contra el riesgo de una posible invasión militar; por otro, se presentan como una presa edificada para detener el flujo de la inmigración de quienes intentan alcanzar su última posibilidad para tener una vida mejor.

Además, lo más paradójico de nuestro siglo es que las fronteras, ideológicamente creadas como defensa, en vez de atajar el peligro lo aumentan, alimentando el odio y el miedo, expresando rechazo hacia los que intentan cruzarlas. Estos muros pueden considerarse como un elemento de aislamiento que subraya las diferencias sociales, económicas y culturales de los países de origen de los migrantes. Un aislamiento no solo hacia el extranjero, sino también hacia su propia gente. De alguna manera, las fronteras pueden compararse con un paliativo, como sucede con toda enfermedad: si queremos solucionar el problema, tenemos que resolverlo de raíz para que nadie más sienta la necesidad de abandonar su hogar y pueda vivir dignamente en la tierra donde nació.

Por consiguiente, ¿podemos afirmar que, con respecto a los últimos años, hoy en día existe una mayor apertura mental, una visión más amplia de lo que nos rodea? ¿O, a lo mejor, a causa de nuestro etnocentrismo nos estamos aislando del resto del mundo?