Hace un tiempo, una chica joven apareció por el centro histórico. Su aspecto fue deteriorándose en un espacio de dos meses. La policía de barrio empezó a recibir llamadas. Su constante consumo de drogas (marihuana) y los continuos comas etílicos captaron la atención de J. J., un oficial del distrito y de su compañera M. A. Día a día observaban el deterioro de su estado mental con tan solo 18 años.

No se cansaron en ofrecerle un servicio médico, de intentar calmarla a pesar de las amenazas que recibían a cambio. Dieron un paso más, hablar con sus padres, saber qué motivos le habían llevado a las puertas del infierno. Llegaron a personarse de paisano por el barrio, con el único fin de que ningún macarra la protegiera y de hacerle saber a ella que detrás de toda esa mierda, había vida.

Y lo consiguieron. El tiempo pasó y la joven convive con sus padres, trabaja€ Sé, que visitó a los agentes, que los abrazó con todo su cariño, con toda la fuerza de una joven de poco más de veinte años.

Pero ahora le toca vivir la sentencia. Un juicio señalado a mitad de marzo tendrá que ajustar cuentas pasadas y es donde espero que la Justicia Divina vea que detrás de cada persona hay un motivo, un por qué. En esta ocasión, tuvo suerte, esperemos que continúe en favor de ella, J. J. y M. A. Paco Sarro. València.