La fiesta fallera es, sin duda, espléndida, elegante y alegre, muy alegre. Es tanta la alegría que, en ocasiones, algunos se pasan. Me refiero a quienes, a las tres de la madrugada les da por hacer explotar un masclet de intensidad once sobre diez el tercer día del mes de marzo. Probablemente lo hagan para hacer participar de su alegre borrachera al vecindario, pero pienso que a quienes están haciendo lo que toca en ese momento (dormir) no les hace ninguna gracia verse despertados. Y, por si el efecto colateral no se hubiera producido, dos minutos después vuelven a lanzar otro masclet de la misma intensidad que el anterior. Petardos, sí; pero no fastidiar al prójimo por el prurito de «a ver quién es el que mete más ruido». José María Ferreira. València.