Sigo impactado por la noticia que leí hace tres días en la que el cardenal Cañizares dispensaba del precepto de la abstinencia de comer carne este viernes, 16 de marzo. Quizá, por el tono y contenido de los comentarios que he leído al pie de la noticia, publicada en diferentes medios, tanto en formato digital como en soporte escrito, sobreentiendo que esto no importa más que a unos cuantos, pero me produce interés y una curiosidad particular llegar un poco más al fondo de la cuestión. Por una parte, están los "indiferentes" y entre sus comentarios podemos leer cosas tales como: "...este hombre todavía se cree que le vamos a hacer caso€", "...íbamos a comer carne de todas formas€"; por otro lado tenemos a los que dicen: "...¡qué bien, tenemos vía libre!€", "¡perfecto!, así disfrutaremos más de las fiestas€"; otro sector, al cual no voy a hacer referencia, por motivos evidentes, aprovecha para dar rienda suelta a sus ideologías personales con "falacias ad hominem", por decirlo de un modo un tanto sutil, y finalmente, está el sector entre el cual me incluyo, al que esto le llega un poco más allá del mero chascarrillo. En este caso, el raciocinio se detiene a analizar el mensaje desde la perspectiva de la fe, pues hay algo en esta noticia que le chirría, que le hace saltar las alarmas en su interior, como si algo no estuviese funcionando bien.

Veamos: en primer lugar, analizando la dispensa del cardenal "en atención a las fiestas populares que en la ciudad de Valencia y en numerosas poblaciones de la archidiócesis se celebran en honor del Patriarca San José", se alude a las "fiestas populares" y con ello, creo entender como fiestas populares las fallas; en segundo lugar, se hace referencia a que éstas se celebran en honor "del Patriarca San José".

Si bien he entendido esta declaración, no comprendo el vínculo entre una fiesta pagana, como son las fallas (celebración de la entrada de la primavera con culto al fuego) con la festividad de San José. Como bien menciona la Asociación de Estudios Falleros (1996), esta fiesta no tiene sentimiento religioso alguno a pesar de su relación con San José, patrón de los carpinteros, que en vísperas de la festividad, sacaban los restos de madera de sus talleres para quemarlos.

Sí es cierto que los falleros hacen una ofrenda de flores a la Virgen de carácter "ceremonia devocional" que encuentra sus orígenes en el año 1941, mucho más reciente que las fallas, que datan del siglo XVIII, pero recordemos que ya advertía Pablo VI en su exhortación apostólica Marialis cultus (1974) de los peligros del exceso mariológico. Paralelamente, advertía el pontífice, que todas las expresiones de devoción para María deberían ser orientadas hacia su Hijo, para poder alcanzar el pleno "conocimiento del Hijo de Dios, hasta que nos volvamos hombres perfectos, completamente maduros con la plenitud del mismo Cristo" (Ef 4, 13). Así, si ese culto devocional a la Virgen no sirve como vector para llegar a su Hijo y en definitiva, a la Iglesia, todo queda a medio camino. La religión si no está sustentada en la razón y en las bases doctrinales, queda en simple tradición.

Volviendo a la dispensa, actualmente, lo que cuesta no es abstenerse de la carne, sino obedecer a la Iglesia; por disposición divina, todos los cristianos deben ayunar en el tiempo litúrgico de cuaresma y abstenerse de comer carne (el sentido último del ayuno y la abstinencia es la propia penitencia): "días vendrán cuando el novio (El Señor) les será quitado, y entonces ayunarán" (Mt 9, 15), aunque siempre existe la picaresca y no faltará quien espere a las doce de la noche para darse el atracón de carne o quien sustituya la carne por mariscos el viernes de cuaresma, perdiendo así todo el sentido de la misma y desembocando en simple ley, que tanto se les recriminó a los fariseos (cf. Mt 23 16-23).

Quizá, todo esto pueda parecer que desemboca en querer ser más papista que el propio Papa, pues otros muchos apenas han dado importancia al asunto y, dejando de lado a los del chiste fácil, que aquí poco cuentan, muchos han tomado ya lo de la dispensa como tradición, que por cierto, tirando de hemeroteca, se viene haciendo de forma mecánica durante los últimos años; pero sin duda, nos abre las vías a pensar si es posible una apologética laica en pleno siglo XXI, que confronte las "flexibilidades" de la religión ante las exigencias sociales de tiempos frágiles como estos que corren.

"Bienaventurado el varón que soporta la tentación" (Stg. 1:12)