El negocio que mueve el mundo de la exclusión social y su influncia en las políticas públicas deja muy claro que la forma en que hablamos de la pobreza, tiene consecuencias sobre quienes la padecen. En este caso se trata de la población sin hogar; en la mujer, este riesgo se acrecienta. Pero no se trata de romper ahora el techo de cristal de la mujer común, sino el techo de hormigón de las personas sin hogar; sean hombres o mujeres. Una vez que los desahucios y la pobreza energética han entrado en la agenda política, cabría pensar que las personas sin hogar no deben seguir siendo invisibles cuando ambas cuestiones les afectan; por lo que se trata de movilizar los recursos de la vivienda en alquiler social.

Ellos son la población que más padece los casos extremos de cada ola de frío, es decir, la pobreza energética. La violencia de género anula a la persona y la hace vulnerable. Pero si a eso le añadimos ser una mujer sin hogar, los peligros se acrecientan. La mujer que recibe malos tratos en la calle se enfrenta con graves limitaciones ante esa violencia. Hay una dinámica que se caracteriza por una especial dureza; entre ellas el impacto físico y emocional de la violencia sexual: lo que exige políticas en materia sin hogar adaptadas a una perspectiva de género. Como dice el sociólogo Andrés Lomeña, «para romper el techo de hormigón de los sin techo, necesitamos un martillo... esperemos que la hoz no sea necesaria». Luis Enrique Veiga Rodríguez. València.