La figura definitiva testimonial de los pueblos es su lengua, su mayor exponente. Ella como referencia constituye una cuestión demasiada delicada como para que los políticos pretendan manipular su uso con imposiciones interesadas, prohibiciones y mucho menos convertirla en arma arrojadiza. Las variedades de lenguas deberían de ser un vínculo añadido de fraternización tanto en lo cultural así como de respeto entre los usuarios. Es y debe ser un vínculo de unión, no de discusión. Es la propia sociedad a quien verdaderamente le concierne y debe determinar de qué forma, como, cuándo y dónde desea o prefiere emplearla. Y nunca a los dirigentes de turno.

Ellos jamás deberían interferir en la voluntad de los ciudadanos. Nosotros somos los únicos valedores que determinamos nuestras preferencias para expresarnos en razón de lugar de nacimiento, residencia, convivencia y ante todo de pensamiento y oportunidad. Nuestra diversidad lingüística es la feliz consecuencia del desarrollo de la historia, heredera de nuestros antecesores como ejemplo enriquecedor y vehículo de comunicación y fomento de cultura. Permite expresarse en la forma que cada cual decide libremente utilizarla, con una sola y única exclusividad y determinante condición: el acuerdo tácito con el interlocutor.

Es una cuestión recíproca de educación y respeto. Añadiría algo más , comodidad, que nos sintiéramos cómodos al utilizarla, incluyendo les espardenyaes. Así de sencillo debe y debería ser, apreciado Vicente y demás€ La lengua la crea el pueblo, ni historiadores, ni políticos, ni siquiera los estudiosos, ellos son encargados de aunar nuestros vocablos.

Miguel de Cervantes en un pasaje del Quijote menciona a la lengua valenciana que posee un vocablo dulce. Así que sería conveniente que se dejara de intentar amargarla. Roberto Tarazona Mascarós. València.