Estamos acostumbrados a escuchar en las manifestaciones que las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado son los malos de esta película. «El Estado descarga violencia policial extrema para impedir votar en Catalunya» (el nacional.cat). Esto es lo que encontramos en las noticias, que la policía agrede a ciudadanos pacíficos que quieren ser libres, pero siempre existe la otra cara de la moneda. «Interior asegura que 431 policías y guardias civiles resultaron heridos en el dispositivo de 1-O» (La Vanguardia).

Esta es la otra cara que veo yo, los mordiscos, los escupitajos, polvos químicos procedentes de extintores y no tardarán en aparecer los cócteles molotov. Esto es lo que hacen aquellos ciudadanos pacíficos que quieren ser libres y levantan las manos de manera inofensiva, para ellos todo vale.

Ahora, para una parte de la opinión pública, la película ha cambiado. Yo, con solo 17 años pienso en que aquel al que están agrediendo podría ser mi padre y se me encoge el corazón por ello. Aparte de generar discusiones entre familias o compañeros, como es mi caso, cuando doy mi opinión, y sin verlos venir te están acribillando por lo que estás diciendo, hasta llegar a los insultos y, cuando menos, tacharte de cosas que no eres, como fascista o xenófoba. ¿Dónde está esa libertad de expresión? ¿Qué sentimiento tendrían si a la persona a la que le están agrediendo fuera su padre?

Dicen que son trapos sucios, marionetas del poder, hombres y mujeres que cumplen con su obligación, ¿por qué? Porque esta labor no está valorada como debe ser, ya que tan solo hacen su trabajo, como el camarero que sirve mesas o el médico que cura a sus pacientes. ¿Solo son culpables unos pocos protagonistas de esta película o realmente los culpables están en un lado del tablero? María García Silvestre. València.