Enrique Ballester, Castelló

Si usted no conoce la historia, se la cuento; y si la sabe, se la recuerdo. Son los años setenta y es la meseta española, Salamanca, Madrid, Valladolid. A los hermanos Emilio y Julio González Gabarre se les une Juan Antonio Jiménez Muñoz, Jero para los amigos, Jeros para la historia. Nacen del asfalto y de la tierra, en el extrarradio, en los polígonos, Los Chichos, los dioses de la rumba española.

Los Chichos cantan con la camisa abierta, de la sangre a la voz, sobre lo cotidiano, y es la identificación que producen la que les conduce al éxito. Historias de desamor, cruces de navajas, tratos turbios, escenas callejeras, problemas del barrio. Suena sincero porque no se inventan nada, lo viven.

Precursores de la fusión rumba-flamenco-rock, tan sobada después, ponen música al cine quinqui, al mítico Vaquilla, y se convierten en iconos indiscutibles. Millones de discos vendidos gracias a canciones firmadas, en su mayoría, por Jeros, que como tantos otros artistas de aquella época -bien en la movida madrileña, bien en el rock radical vasco- tropieza con la fatal trampa de la heroína.

Aquello conduce, primero, a la ruptura de la formación original, después, al triste suicidio. Sin Jeros, los hermanos González Gabarre deciden sustituirle por Emilio González García, hijo del Chicho original. La numerosa parroquia, siempre fiel, no les abandona. Los chicheros, pese a los altibajos creativos de sus ídolos, nunca les dan la espalda. La leyenda se engrandece durante más de tres décadas, y una muestra de ello es lo que ocurrió en Castelló el martes, al filo de la medianoche.

Hace muchos años que Los Chichos no están en la primera fila, ni en la segunda, de la radiofórmula, del aparato promocional clásico de los músicos españoles. No importa. El Recinto de Conciertos de la capital de La Plana se llenó como no lo había hecho hasta entonces. Familias enteras, nietos, hijos, primos, padres, abuelos. Fervor intergeneracional. Las canciones, que continúan sonando frescas, honestas, directas, se las sabían igual los de la primera que los de la última fila, y se las sabían todas.

Los Chichos obraron el milagro, y los inmortales autos de choque, siempre llenos durante las actuaciones -están ubicados junto al Recinto de Conciertos-, se vaciaron por completo al comenzar el espectáculo. "Aquí estamos Los Chichos, para lo que haga falta".

El concierto de Los Chichos resultó, en definitiva, una reivindicación de esa España tan alejada de los trajes de los políticos, del proceso de Bolonia, de la Constitución Europea, de lo políticamente correcto. Fue un retrato de la España que no suele interesar, la verdadera, pasional, fervorosa, capaz de lo mejor y, por un mal viento, de lo peor. Es la España que describió Lope, la que pintó Goya. La España a pecho descubierto, sin trampas, en la que los únicos reyes son Los Chichos.